La ciudad muere. Bajo mis pies el mundo parece no tener vida. El cielo, sobre mi, oscurece, inexorablemente. Hermosa, alarmante, lúgubre, la noche se cierra y caigo: rápido, profundo.
Quizá es por que me he cansado de él, o tal vez sólo me he hartado de mi misma. Pero siento que la tierra dejó de girar, abruptamente. Y yo paré con él.
A veces, vagamente, recuerdo como solías tirar de mi mano, frágil y pálida. Y me sonreías, como sólo tú sabes hacerlo: con esperanza, confianza, sin mostrar el más mínimo signo de la debilidad que yo derrochaba.
Tal vez fue eso, quizá el mundo ya había dejado de girar para mi, pero tú seguías empujándome hacia el este, sin parar. Hasta que dejaste de hacerlo. Y quedé sin promesas, sin esperanzas, sólo atada a una vida que jamás había parecido tan vacía.
Nunca supe como pararte, ni tan siquiera alcanzarte. No apreté tus dedos, ni me contagiaste con tu risa. Pero tú decías ser valiente, pese a la adversidad que presentaba. Ni siquiera ahora, habiendo pasado tanto tiempo, entiendo qué te hizo permanecer ese tiempo a mi lado, empujándome, salvándome de mis monstruos, sin recibir nada a cambio.
Pero el pasado, sepultado bajo un millón de vivencias tan recientes, nunca ha parecido brillar tanto como hasta hoy.
Y ahora sé que quizá el mundo siempre fue ajeno a mi, sólo tú eras el hilo que me unía a él. Y cuando ese hilo se rompió, quedé suspendida lejos de la realidad, en un lugar donde tan sólo tú habrías sabido entender.
Mi mundo, tan lleno de ti, se estremece por la probabilidad de tener que permanecer catatónico en tu ausencia. El mundo exterior, real tal vez, se aleja junto a cada paso que das lejos de mi.
Alargo el brazo y cierro la mano, atrapando las partículas de un oxígeno innecesario para mi.
Te has ido. Para siempre.
Quizá es por que me he cansado de él, o tal vez sólo me he hartado de mi misma. Pero siento que la tierra dejó de girar, abruptamente. Y yo paré con él.
A veces, vagamente, recuerdo como solías tirar de mi mano, frágil y pálida. Y me sonreías, como sólo tú sabes hacerlo: con esperanza, confianza, sin mostrar el más mínimo signo de la debilidad que yo derrochaba.
Tal vez fue eso, quizá el mundo ya había dejado de girar para mi, pero tú seguías empujándome hacia el este, sin parar. Hasta que dejaste de hacerlo. Y quedé sin promesas, sin esperanzas, sólo atada a una vida que jamás había parecido tan vacía.
Nunca supe como pararte, ni tan siquiera alcanzarte. No apreté tus dedos, ni me contagiaste con tu risa. Pero tú decías ser valiente, pese a la adversidad que presentaba. Ni siquiera ahora, habiendo pasado tanto tiempo, entiendo qué te hizo permanecer ese tiempo a mi lado, empujándome, salvándome de mis monstruos, sin recibir nada a cambio.
Pero el pasado, sepultado bajo un millón de vivencias tan recientes, nunca ha parecido brillar tanto como hasta hoy.
Y ahora sé que quizá el mundo siempre fue ajeno a mi, sólo tú eras el hilo que me unía a él. Y cuando ese hilo se rompió, quedé suspendida lejos de la realidad, en un lugar donde tan sólo tú habrías sabido entender.
Mi mundo, tan lleno de ti, se estremece por la probabilidad de tener que permanecer catatónico en tu ausencia. El mundo exterior, real tal vez, se aleja junto a cada paso que das lejos de mi.
Alargo el brazo y cierro la mano, atrapando las partículas de un oxígeno innecesario para mi.
Te has ido. Para siempre.
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