"I think it's time to blow this scene get everybody and the stuff together.
Ok, 3, 2, 1, let's jam."


martes, 30 de agosto de 2011

El palacio de cristal


Más allá de las altas cumbres, sólo por la noche, entre las penumbras puede adivinarse desde mi hogar, un pequeño destello del palacio de cristal. Ése pequeño destello, fruto del reflejo de la luna en su hermosa estructura, parece un solitario faro entre los bosques, y si lo miras bien, puedes darte cuenta que no es solo eso.

El palacio, siempre plateado y lejano, se alza majestuosa entre un jardín de sauces y agua. Rodeado, pese a ser verano, de una gruesa capa del hielo más puro que cualquier ojo ha podido ver jamás, tanto es así, que se adivinan destellos azules en él.

El interior, desde mi casa, lamentablemente no se puede ver, nunca he visto que resplandezca una sola luz dentro, y por la mañana, cuando el astro rey podría darme aunque sea una pequeña muestra, el palacio ya no está, los pinos y la vegetación parecen habérselo tragado muy profundo, a un lugar donde la luna brilla.

Tan sólo una vez, hace tiempo ya, me aventuré por un sendero que según parecía podía conducir a aquél insólito lugar. Busqué y busqué, atravesé bosques y prados. Recorrí caminos, subí colinas, pero no había ni rastro de ése precioso edificio. Rendida y con la luna a punto de salir, cogí el camino de regreso a casa, con la pesadumbre de alguien que nunca podrá encontrar su tesoro. Pero, cuando a penas había recorrido veinte pasos, un reflejo, sólo por un instante cegó mi ojos cansados.

Aún hoy, no sé del cierto si esa luz provenía de mi palacio de cristal. Pero, algo, dentro de mi, me dice que así fue. Que esa voz ininteligible que había escuchado, la voz que me susurró las siete palabras que pudieron calmar mi ardiente corazón, venía desde el palacio.

Han pasado lo años, pero el palacio sigue ahí, y su misterio también. Las estrellas siguen cantándole con sus sabias voces a ése palacio que sólo puede haber sido hecho por alguna divinidad aún latente. Una divinidad prodigiosa, que con manos milagrosas obró la más hermosa y fría cumbre transparente, hizo el más bello de los jardines, y exhaló la brisa helada que cubrió de hielo toda su creación, haciéndola así perfecta e inmortal.


-Tú eres la noche y la eternidad.


¿Qué hay de banal en una luz de una casa en la montaña?

¿Qué hay de banal en un palacio de cristal?

¿Dónde empieza y donde acaba lo real?

domingo, 28 de agosto de 2011

"The only real voyage of discovery consists not in seeking new landscapes, but in having new eyes"

/Pon play a Hear you me, de Jimmy Eat World/


Nos conocimos en un día lluvioso ¿Te acuerdas? Tú llevabas un abrigo rojo, largo hasta tus rodillas. Estabas sola en ese pequeño café, bebiendo chocolate en taza, leyendo mi libro favorito, sonriendo antes de pasar la página.

Y no sé cómo pasó, pero al cabo de cinco minutos, estábamos riéndonos juntas, sinceramente, no recuerdo por qué. Hablamos sobre tantas cosas ése día, pequeña, que a veces me sorprendía de lo rápido que pasaban las cosas a tu lado, de un modo tan fácil.

Siempre corrías, a todas partes, arrastrándome de la manga hasta allí donde tus pies difícilmente descansaban.

Por que ése siempre fue tu sueño, correr lejos hasta la otra parte del mundo, vivir, sentir, tocar con las manos una tierra desconocida. Y yo aun ahora quisiera podértelo dar.

Nunca soltaste una lágrima, nunca te quejaste de ese horrible monstruo que te destruía por dentro. Nunca. Ni un sollozo. Jamás perdías tu sonrisa. Eso supuse.

Recorríamos la ciudad, de noche y de día, tú con tus pies cada vez más cansados, tanto, que un día llegué a casa contigo a cuestas. Hasta que no pudimos correr juntas. Estabas rodeada de blanco y tubos estúpidos, ésos tubos estúpidos que te mantenían junto a mi, que lloraba cada noche en tu regazo inmóvil.

Y finalmente, te separaste de mi. Para siempre. Ese monstruo horrible hizo que tuvieras que irte sin poder despedirte. Y aun que no pueda tenerte a mi lado, sé que aún puedo hacer algo por ti, ahora que eres libre y ese ser no te perseguía día y noche.

Por eso, no corras ahora, vuela. Vuela por cielos estrellados, sobre prados y lagos, sobre el mar. Recoge todo lo que puedas, cada olor, cada mirada. Atesora cada recuerdo y guárdalo para mi. Por que cuando vuelva junto a ti, querré saberlo todo.

Por eso, ve más allá de las colinas, y cuéntame de qué color es el cielo, si las manzanas son rojas y si huele igual el arroyo. Cuéntame si es allí la lluvia algo triste, o si como para nosotras, es algo maravilloso.

Vuela, pequeña, vuela, y vuelve para contarme si allí hay también personas por las que vale la pena llorar.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Almost bittersweet

/Pon play a Hurricane, de 30 Seconds to Mars/


No importa si te sientes vacía, sin las ganas de vivir. Nunca me ha interesado.

No importa cuantas veces me lloraste, diciéndome que no podías más, que querías huir de aquí. Este es nuestro sitio, ¿Recuerdas? Es tu sitio. No puedes escapar.

No me interesa si estas hundida, por que nunca pudiste aspirar a otra cosa, es esto o nada.

Ni siquiera sé cuando empezaste a desear acabar contigo misma, cuando te hartaste de la situación. Sabes que no servirá para nada, estás encerrada. Esto será eterno, jodidamente eterno.

Cruza de calle, no sigas el mismo patrón de siempre. Coge un avión, corre lejos.

No servirá, lo sabes, volverás a mi. Siempre lo haces.

No servirá de nada, ¿Y sabes porqué? Por que lo quieres. Me quieres. Quieres estar aquí.

Por eso, grítalo. ¡Quema aquí, junto a mi!

Has pasado media vida sola, entre calles desiertas, sonámbula. Hasta que te encontré. Hasta que hice de ti algo que valía la pena. ¿Cuándo decidiste perderme el respeto? ¿Cuándo dejé de ser el héroe? ¿Quien te metió en la cabeza la idea de libertad? ¡Eres mía! ¡Eres mía, maldición!

Y aquí estás otra vez, tan destrozada por volver, tan destrozada por lo que has visto fuera de mi habitación. Sabes, lo sabes, que las noches en mi habitación son frías, pero que fuera son insoportables. Sabes que nunca te besaré, devoraré cada pedazo de ti, y que marcaré con fuego lo que me pertenece. Sabes que nunca te amaré, pero tu amor será suficiente.

Por eso, ven. ¡Ven a mi, pequeño pájaro rojo! Quema, aquí, junto a mi. Dime que me amas, y te devoraré una vez más. Bésame, y no saldremos jamás.

Deja que el demonio te muerda y olvidarás a tu dios. Deja que te muerda y sabrás lo que es estar viva.

Pobre pequeño pájaro rojo, nunca tuviste elección.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Raven wings

Creo que siempre lo supe. O quizá nunca, no lo sé. Tal vez me lo imaginé, y no estuve segura. El viento era frío, y yo no entendía lo que intentabas explicarme. Tú siempre andabas por aquí y por allá, sin parar, con manchas de barro en la camiseta, y yo no podía seguirte el ritmo. Cuando yo subía, tú ya estabas esperándome en el final de las escaleras. Siempre fue así. Eras el chico sonrisas, y tú lo sabias. Eras todo lo que yo quería ser, tan lleno de magia, tan especial. El vivo retrato del fuego, y yo sólo podía quemar contigo.

Y así pasaban los años, viviendo junto a ti. Tan dependiente, tan necesitada de ti, que no me di cuenta que tú, y tus infinitos ojos verdes, me advertían de algo que no supe hasta mucho tiempo después.

Que todo tiene un fin, y que ése fin era tan próximo, que si alargaba la mano, podía tocar sus dedos.

No diré que fue un final abrupto, por que no lo fue; pero, en cierto modo, me negué a creer que todo estaba cambiando. Suprimí tus sonrisas cansadas y tu voz hecha un hilo, esa que antaño podía escuchar en la profundidad de los bosques, ahora sólo podía escucharla pegada a tu labios. Borré tus respuestas vagas y tus frases inconclusas, las que traían consigo un mal augurio. Pero por encima de todo, intenté no ver tus ojos velados.

Hasta que, por desgracia o por fortuna, llego el frío invierno, y tú te confundías con el paisaje nevado; tú, que tu piel siempre había gozado de un precioso color canela. Te mezclabas entre el viento seco, helado; tú, que cada centímetro de tu cuerpo desprendía un olor a bosque mojado.

Y de repente, ya no hablábamos de cosas insustanciales, nuestra charla era profunda, demasiado llena de seriedad para mi, que siempre he sido tan asustadiza. No las entendía, o, al menos, pretendía no hacerlo.

Te pusiste de pie, y esa vez, no me ayudaste a hacerlo. Dijiste, con tu voz rota, que me echarías de menos. Y yo no entendía que pasaba. Fijaste los ojos en algún punto impreciso, y susurraste que tenías que irte. El viento era frío, y yo no comprendía que querías decir con eso. Empezaba a nevar, y cuando llevé mis ojos al cielo, supe que el blanco siempre sería más triste que el negro.

Cuando los bajé para decírtelo, tú ya habías desaparecido entre la inmaculada nieve.

Te fuiste con el otoño, con las golondrinas, a un lugar donde tus infinitos ojos verdes, harmonizaban con el paisaje, uno primaveral, con campos de amapolas y brisas suaves, y no aquí en medio de un desierto blanco, frío y monótono.

Y así pasaron los años, viviendo sin ti. Tan sumergida en mi dolor, tan angustiada por tu pérdida que no me di cuenta que tú, y tus infinitos ojos verdes, me advirtieron de algo que no supe hasta hoy.

No eras tú el que cambiaba, era yo.

No podía seguirte el ritmo, éramos dos extremos que se unieron por casualidad en un punto minúsculo de nuestro camino.

No podía seguirte el ritmo, ni tu tampoco a mi.

No eras tú el que cambiaba, éramos los dos.


sábado, 6 de agosto de 2011

Twinkle

A veces, en este nuestro camino, que a penas se puede distinguir de todos los demás, tan rodeados de otros, tan fugaces como los hilos de la cara opuesta de un telar, encuentras no esa, si no esas personas, hermosos conejos blancos, con las que mueres por compartir su tiempo, su espacio; ocupar un ínfimo lugar de su vida. Y cuando lo haces, todo tu mundo cambia, se transforma, avanza un poco más a eso que llamamos felicidad, tan caótica y atrayente como un caleidoscopio.

Giras, subes, bajas, entras y sales a la vez. Te sientes vivo y quieres disfrutar de todo lo que te rodea, porque, de repente, a tu alrededor todo se ilumina y toma forma. Dejas de ver manchas borrosas, escalas de grises. Eres el tú del presente, y te encanta.

Y cuando se van, no sientes tristeza, quizá añoranza o un pequeño nudo en la garganta. Pero sabes que se van para seguir, para aprender, para saber y tal vez un día volver. Y esa vez ya no serás sólo tú el que escuche, el que lea, porque tú también habrás entendido muchas cosas, y tendrás muchas otras que enseñar.

Por eso no debemos olvidar cómo somos, así, pequeños, fugaces, como los hilos de la cara opuesta de un telar, entretejidos, sin apenas sentido. Tan maravillosos y resplandecientes como sólo la vida puede serlo.


'No te mueras todavía, tienes tiempo, espera. No es tu hora pequeña flor, dame un poco más de ti, dame un poco más de tu vida, espera.

En las historias de amor no siempre hay sólo amor, a veces no hay ni un te quiero, y sin embargo, queremos.'