"I think it's time to blow this scene get everybody and the stuff together.
Ok, 3, 2, 1, let's jam."


domingo, 21 de octubre de 2012

Out of time

Es triste admitir que fui yo la culpable. Que fui yo quien destrozó mi propia felicidad. Tan ciega estaba que no veía ni quién eras, ni siquiera quién era yo.

Pensé, tan estúpida fui, que podía retenerte a mi lado, que si veías que había alguien que te quería, que se preocupaba por ti, que siempre tendría tiempo para ti, no te marcharías. Tan estúpida fui...

Me decía a mí misma "¡Lucha, no importa que ahora no lo vea, algún día se dará cuenta de que vales la pena!" Y me repetía "Jamás abandones, este es tu sitio, es lo que debes hacer"

Y cuando estaba tan cansada que no servía ninguna de esas promesas, murmuraba tu nombre en la oscuridad, una sola vez, y traía a mi memoria el olor a vainilla. Cuando por fin era capaz de dejar de llorar, iba corriendo al baño, llenaba la bañera y me dejaba sumergir entera mientras disfrutaba del silencio.

Habían un sinfín de recursos que me salvaban del naufragio. Pero un día no pude más. Algo se rompió dentro de mí, no sabría explicar el qué, pero lo cierto es que ocurrió. Y nada volvió a ser lo mismo.

Nunca volví a ser la misma.

Me di cuenta de que no era yo quien podía salvarte, que no era la indicada. Que esa felicidad que sentía al tenerte, no era compartida. No sólo no me correspondías, no podrías llegar a hacerlo jamás. Supe, entonces, que en tu vida sólo podía llegar a ser un simple extra, un rumor lejano, la canción que nadie volvería a cantar.

Que todo por lo que había luchado, no había servido de nada.

Mi propia Troya ardió y cuando quedé sin esperanzas, quise hacerte el mismo daño que tú me habías hecho.  Pero qué equivocada estaba al prometer acabar con quien me había destrozado, pensando que eras tú, y al firmar el trato que me condenaría y con quien jamás debería haberlo hecho.

Me convertí en la víctima y el verdugo. Y ante eso, mi frágil estabilidad tembló: la ansiedad emergió como una sombra desde la oscuridad donde la había enterrado, mi corazón siempre enfermo se retorció y en mi pecho se clavaron mil minúsculas dagas, mi respiración tropezó y se volvió inconstante, un frío seco se instaló dentro de mí y caí rendida al suelo.

Tiempo después sabría que eran simples síntomas de mi enfermedad, pero en ese momento, creí saber qué era un trato cumplido. Creí morir. En ese momento, entendí que cada pérdida y cada mentira y cada verdad que me negué. Que cada excusa y cada despedida, fueron errores demasiado grandes y por los que tenía que pagar.

Y aún ahora, estoy convencida que algo de mí murió. Algo irrecuperable. Que se cumplió el trato y la víctima pagó el precio. Y el verdugo, el asesino, sufrió el mismo destino, pero pagó dos veces:

Viviendo sin vivir, muriendo sin poder morir.

sábado, 13 de octubre de 2012

Hole

Nada parece lo que era.
Tan patéticamente perdida
tan maltrecha,
en el sinsentido de mi vida.

Por no buscar no busco
pasiones ni alegrías,
y en soledad reduzco
en ti mis esperanzas enfermizas.

Ni a la segunda ni a la tercera,
encuentro paz en mis esquinas.
Y felicidad queda en espera.
Siempre ella tan efímera.

No importa cuán negruzcos
sean ahora tus días,
Ni cuán abrupto,
el adiós que me decías.

Ahora sólo queda,
la venganza que perseguías,
la que amarás hasta que mueras,
la que me arrebata tu estima.

Y en este rincón oscuro,
a falta de otra salida,
enmiendo tu vida de perjurios,
a cambio de la mía.

-El sacrificio es claro como el agua que posee la luna. El precio, alto, cual torre de Babel. La ansiada recompensa se vuelve incierta para ti. Pero para mí, amor, ni el sacrificio ni el precio importan, si a cambio, puedo salvarte.

-Soy más poderoso que ellos. Puedo vencerlos.

-Oh, claro que puedes, mi vida. No albergo duda. Eres tú al que temo.

-¿Temes que arrebate las vidas de aquellos que amas? No pienso hacerlo.

-Sí que lo harás. Lo harás si no cumplo el trato. Cielo, cuando quieras darte cuenta, el único culpable que quedará vivo serás tú. Y no pienso verte morir.

-No te amo, lo sabes.

-Lo sé.

viernes, 12 de octubre de 2012

The wake of devastation

Querido Eika:

Lo siento. Muchísimo. Lamento hacerte esto, pero es necesario. Por desgracia, sí, esta es una carta de amor, pero del bueno. Y, por suerte, es la última.

Esta es la última carta que te escribo, debo despedirme de ti. Esto es un adiós. Mi último adiós.

Por un instante- qué estúpido de mi parte- creí que me había enamorado de una ilusión, que te idealizaba, que me aferraba a ti como un bote salvavidas. Pero no es así. No me he enamorado de nada de eso. No quiero las antiguas promesas de amor, ni las visitas nocturnas, ni ese 'no me dejes nunca'.

No, no amo todo eso, te amo a ti. La sonrisa pequeña, de lado, pero sincera, que rara vez ofreces, el sonido de tu carcajada seca, el brillo distante e inmutable de tus ojos, el andar despreocupado y seguro, el matiz opaco de tu cabello grueso y fuerte, el timbre de tu voz que reconocería a kilómetros de distancia, las maldita pecas, tu torso delgado y torneado, el tacto de tus manos rugosas, el color y forma de tus labios extrañamente carnosos, tus brazos cálidos, tu extraño olor, almizcle y amaderado, pasivo, húmedo. 

Y tu piel. Dios mío, ¡cuánto quisiera no tener que hablar de ella! Pero es imposible. Me es imposible no recordar la rareza de tu piel de algodón, de color canela y aceituna, mate, indudablemente hermosa. Tan tóxica, casi incandescente. Tibia.

Podrías llegar a pensar que es superficial. Pero esa superficie, esa apariencia tuya, es todo lo que me queda, lo que me mantiene cuerda. Es la que me recuerda que eres real, que sigues cerca.

Y por eso mismo, debo confesarte que te temo. Te temo más que a nada.

Hasta siempre, Eika. 

martes, 9 de octubre de 2012

Rafael

Un, dos, tres. Empieza la música.

Miro hacia el centro, buscando tu mirada aún oculta en la oscuridad. Hoy todo va a cambiar, hoy serás tú la puta y yo el furibundo amante. Hoy serás tú quien mueras. Sin pensar, me adentro hacia el escenario, sola, sabiendo que aparecerás de la nada.

Y lo haces a la par de los violines, me sujetas por la espalda con la mano izquierda y con la derecha empujas suavemente mi abdomen para que me deje caer. Qué rápido es siempre. Con el corazón en un puño, ayudándome de tus hombros, vuelvo a reincorporarme y te enfrento mientras entrelazas tu mano con la mía y  ciñes firmemente la otra en mi cintura. Te miro, te enfrento y no me dejo amedrentar. Y marchamos hacia atrás.

Me giras, me agarras, me tumbas y yo te empujo, te guío y te aprieto. Das cuerda y seguidamente la estiras, y yo, sabiéndome capaz, clavo mis tacones al suelo y dejo que la cuerda me queme las manos. Estás más enfadado que nunca, lo sé, tus ojos parecen dos vórtices incendiarios.

Tiras la cuerda, con desazón, y te acercas y me tomas, escondes tu rostro en mi cuello.

-Eres irremediablemente mía.

Yo clavo mis ojos al techo, mientras volvemos a girar y entrecruzamos las piernas al compás.

-No puedes pedirme eso. No puedo darte tanto. No puedes hacerme esto.

-Yo sé que es lo que te conviene.- Susurras y me muerdes.

Vuelves a separarte, me haces girar sobre mi misma y mi espalda pegada a tu pecho. Tranquilamente, este podría ser un tango cualquiera. Eso sí, desde fuera. El gesto que nos delata es esa manía tuya de atarme a ti, de amarrarme a tu cuerpo. Por eso tus manos no sujetan mis muñecas sino mis codos.

-Te lo prohíbo.- te advierto, mirándote de reojo.

Tú me sueltas de golpe, retándome, clavándome los ojos, moviéndote como una pantera, rodeándome. Casi no respiro, soy incapaz de ello. Señor, dame fuerzas, rezo.

Me acechas, me rodeas más rápido y más cerca, casi hasta chocar con mis labios, soltando tu aliento sobre éstos. Me tomas de la nuca y ahora sí que no hay marcha atrás. Junto con el final del tango, me besas.

Y entre el sondeo de tu lengua húmeda y ardiente, entre tus afilados dientes inhumanos, entre compases extintos, sin querer me doy por perdedora. Así de simple, sin conflictos internos, sin demostraciones de valor.

-Acepto las condiciones, mi ángel, porque tú sabes mejor cuál tiene que ser mi castigo. Lo único que te pido es… que no sea más duro de lo que pueda soportar. Lo único que te pido, es que no me duela más.- Mi voz se quiebra, pero las lágrimas no fluyen- Porque da igual a quién rece, a dios o a demonio. Tú eres ambos, tu eres soberano rey de mi eternidad. Haz con ella lo que te plazca.

Y entonces, sólo entonces, me dejas caer de bruces al suelo. Y sé que soy la puta porque llevo corpiño, y que, como tal, no debo moverme.

Sólo esperar. Esperar a que él deje a las otras. Esperar a que vuelva. Esperar a que suene otro tango.