Querido Eika:
Lo siento. Muchísimo. Lamento hacerte esto, pero es necesario. Por desgracia, sí, esta es una carta de amor, pero del bueno. Y, por suerte, es la última.
Esta es la última carta que te escribo, debo despedirme de ti. Esto es un adiós. Mi último adiós.
Por un instante- qué estúpido de mi parte- creí que me había enamorado de una ilusión, que te idealizaba, que me aferraba a ti como un bote salvavidas. Pero no es así. No me he enamorado de nada de eso. No quiero las antiguas promesas de amor, ni las visitas nocturnas, ni ese 'no me dejes nunca'.
Lo siento. Muchísimo. Lamento hacerte esto, pero es necesario. Por desgracia, sí, esta es una carta de amor, pero del bueno. Y, por suerte, es la última.
Esta es la última carta que te escribo, debo despedirme de ti. Esto es un adiós. Mi último adiós.
Por un instante- qué estúpido de mi parte- creí que me había enamorado de una ilusión, que te idealizaba, que me aferraba a ti como un bote salvavidas. Pero no es así. No me he enamorado de nada de eso. No quiero las antiguas promesas de amor, ni las visitas nocturnas, ni ese 'no me dejes nunca'.
No, no amo todo eso, te amo a ti. La sonrisa pequeña, de lado, pero sincera, que rara vez ofreces, el sonido de tu carcajada seca, el brillo distante e inmutable de tus ojos, el andar despreocupado y seguro, el matiz opaco de tu cabello grueso y fuerte, el timbre de tu voz que reconocería a kilómetros de distancia, las maldita pecas, tu torso delgado y torneado, el tacto de tus manos rugosas, el color y forma de tus labios extrañamente carnosos, tus brazos cálidos, tu extraño olor, almizcle y amaderado, pasivo, húmedo.
Y tu piel. Dios mío, ¡cuánto quisiera no tener que hablar de ella! Pero es imposible. Me es imposible no recordar la rareza de tu piel de algodón, de color canela y aceituna, mate, indudablemente hermosa. Tan tóxica, casi incandescente. Tibia.
Y tu piel. Dios mío, ¡cuánto quisiera no tener que hablar de ella! Pero es imposible. Me es imposible no recordar la rareza de tu piel de algodón, de color canela y aceituna, mate, indudablemente hermosa. Tan tóxica, casi incandescente. Tibia.
Podrías llegar a pensar que es superficial. Pero esa superficie, esa apariencia tuya, es todo lo que me queda, lo que me mantiene cuerda. Es la que me recuerda que eres real, que sigues cerca.
Y por eso mismo, debo confesarte que te temo. Te temo más que a nada.
Hasta siempre, Eika.
Y por eso mismo, debo confesarte que te temo. Te temo más que a nada.
Hasta siempre, Eika.
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