El nudo en la garganta me impedía respirar. La cuerda atada a mi muñeca quemaba mientras intentaba desesperadamente sujetarme a algo para no ceder.
Tú estudiabas mi estado desde el otro lado de la cuerda, tirando lánguida y perezosamente, sin esfuerzo. Por las noches parabas: dejabas la cuerda en el suelo y te acercabas hasta mi, dejando que llorara hasta quedar dormida en tu regazo, mientras tú susurrabas algo parecido a "No llores, amor. Duerme."
Así que tirabas, tirabas...tirabas, hasta que dejé de ser. Sentí como algo de mi se iba, rompía los lazos y volaba lejos de mi, siguiendo la cuerda hasta encontrarte. La otra parte quedaba, reposando en el suelo de alquitrán. Y gritaba y arañaba y gritaba tu nombre una y mil veces.
"¡No soy yo, a quien te llevas! ¡¿No lo ves?!"
De repente, el mundo perdió su consistencia y me desvanecí entre la negrura.
Al despertar, a lo lejos, vuestras -¿nuestras?- figuras se alejaban. Y yo -¿yo?- permanecía allí, acurrucada contra un césped rígido.
Pero el tiempo pasaba , y sólo mi alrededor tomaba forma. No había más que abismos, cielos color naranja y desolación. La carretera no era más que una pasarela tendida por encima de esos abismos: parecía una autopista cualquiera, pero era una pasarela.
Lo demás, los descampados, las montañas a lo lejos, eran abismos. Y me abandoné a ellos.
Así que tirabas, tirabas...tirabas, hasta que dejé de ser. Sentí como algo de mi se iba, rompía los lazos y volaba lejos de mi, siguiendo la cuerda hasta encontrarte. La otra parte quedaba, reposando en el suelo de alquitrán. Y gritaba y arañaba y gritaba tu nombre una y mil veces.
"¡No soy yo, a quien te llevas! ¡¿No lo ves?!"
De repente, el mundo perdió su consistencia y me desvanecí entre la negrura.
Al despertar, a lo lejos, vuestras -¿nuestras?- figuras se alejaban. Y yo -¿yo?- permanecía allí, acurrucada contra un césped rígido.
Pero el tiempo pasaba , y sólo mi alrededor tomaba forma. No había más que abismos, cielos color naranja y desolación. La carretera no era más que una pasarela tendida por encima de esos abismos: parecía una autopista cualquiera, pero era una pasarela.
Lo demás, los descampados, las montañas a lo lejos, eran abismos. Y me abandoné a ellos.