Era una noche de verano, calurosa, apacible. Iba con el grupillo de amigas que tenía por ése entonces, ya sabes, amigas. Cuando, de repente, apareces tú; desgarbado, despreocupado, sonriente. Solo.
Mis amigas, de sobra enteradas por el estúpido sentimiento amor que sentía por ti, empezaron a soltar aullidos de satisfacción, casi semejantes a zorras en celo cachorros de lobo hambrientos delante de su presa.
Me quedé en 'Eva está...' Salí corriendo, llegando a girar la esquina, con el corazón desbocado y las mejillas rojas; sabes de sobras que me canso fácilmente.
Pero, en esa extraña carrera de vida o muerte exhaustiva, noté un brazo, estirando con fuerza, quizá demasiada, el mio. Quedé sepultada bajo tu cuerpo, en medio de la calurosa y apacible noche de verano, el suelo de una de nuestras esas calles.
Incluso ahora, habiendo pasado tanto tiempo, habiéndome dicho tantas cosas preciosas, no recuerdo frase más hermosa que la que me dijiste ese día, jadeando como yo.
-Nunca, Eva, nunca podrás correr tanto como yo. Y eres rápida, créeme. Por eso mismo, jamás dejaré que huyas de mi; porque seguiré persiguiéndote todas las veces que lo hagas. No me cansaré enana, así que no lo intentes otra vez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario