Más allá de las altas cumbres, sólo por la noche, entre las penumbras puede adivinarse desde mi hogar, un pequeño destello del palacio de cristal. Ése pequeño destello, fruto del reflejo de la luna en su hermosa estructura, parece un solitario faro entre los bosques, y si lo miras bien, puedes darte cuenta que no es solo eso.
El palacio, siempre plateado y lejano, se alza majestuosa entre un jardín de sauces y agua. Rodeado, pese a ser verano, de una gruesa capa del hielo más puro que cualquier ojo ha podido ver jamás, tanto es así, que se adivinan destellos azules en él.
El interior, desde mi casa, lamentablemente no se puede ver, nunca he visto que resplandezca una sola luz dentro, y por la mañana, cuando el astro rey podría darme aunque sea una pequeña muestra, el palacio ya no está, los pinos y la vegetación parecen habérselo tragado muy profundo, a un lugar donde la luna brilla.
Tan sólo una vez, hace tiempo ya, me aventuré por un sendero que según parecía podía conducir a aquél insólito lugar. Busqué y busqué, atravesé bosques y prados. Recorrí caminos, subí colinas, pero no había ni rastro de ése precioso edificio. Rendida y con la luna a punto de salir, cogí el camino de regreso a casa, con la pesadumbre de alguien que nunca podrá encontrar su tesoro. Pero, cuando a penas había recorrido veinte pasos, un reflejo, sólo por un instante cegó mi ojos cansados.
Aún hoy, no sé del cierto si esa luz provenía de mi palacio de cristal. Pero, algo, dentro de mi, me dice que así fue. Que esa voz ininteligible que había escuchado, la voz que me susurró las siete palabras que pudieron calmar mi ardiente corazón, venía desde el palacio.
Han pasado lo años, pero el palacio sigue ahí, y su misterio también. Las estrellas siguen cantándole con sus sabias voces a ése palacio que sólo puede haber sido hecho por alguna divinidad aún latente. Una divinidad prodigiosa, que con manos milagrosas obró la más hermosa y fría cumbre transparente, hizo el más bello de los jardines, y exhaló la brisa helada que cubrió de hielo toda su creación, haciéndola así perfecta e inmortal.
-Tú eres la noche y la eternidad.
¿Qué hay de banal en una luz de una casa en la montaña?
¿Qué hay de banal en un palacio de cristal?
¿Dónde empieza y donde acaba lo real?