Nadie dijo que sería fácil es comprensible, la vida no lo es. Tal vez es ahí donde reside la gracia, que se pierde si los días son demasiado largos y las noches tan frías. Si las cenizas cubren el tejado, si las paredes son mancilladas por la soledad. Quizá la gracia tampoco está ahí.
No es extraño, entonces, querer regresar. Porque aunque aquí el viento sea apacible y los días encuentren muerte en noches claras, no puedo olvidar que es una jaula, que muta a conveniencia, haciendo más tortuosa la estancia.
Y cuando me siento tan débil, tan enferma, tan fugaz, retuerzo tu recuerdo y lo sufro hasta que sale por mi boca sin control. La felicidad, la entereza, incluso mi vida parece escurrirse entre mis labios. Me pego a la pared y te hago sitio en mi cama, inconscientemente esperándote. Como si tus ojos azules pudiesen calmar el dolor. Como si fueras a volver.
Pero nunca lo haces y las noches se vuelven oscuras, en el peor sentido de la palabra: los monstruos sales de debajo de la cama, me aplastan mientras susurran. Intento entones alzar mi voz, pedir ayuda y cuando ya nada me queda, sólo deseo que me salves, que me guardes cerca. Y todo es en vano, las palabras se rompen en las paredes de una infinita carretera. Arremeten entonces las pesadillas, el agónico recuerdo del golpeteo descompasado y grave de un corazón que grita de dolor al morir.
Y siempre espero que lo calles, pero tú no puedes oírlo.
No es extraño, entonces, querer regresar. Porque aunque aquí el viento sea apacible y los días encuentren muerte en noches claras, no puedo olvidar que es una jaula, que muta a conveniencia, haciendo más tortuosa la estancia.
Y cuando me siento tan débil, tan enferma, tan fugaz, retuerzo tu recuerdo y lo sufro hasta que sale por mi boca sin control. La felicidad, la entereza, incluso mi vida parece escurrirse entre mis labios. Me pego a la pared y te hago sitio en mi cama, inconscientemente esperándote. Como si tus ojos azules pudiesen calmar el dolor. Como si fueras a volver.
Pero nunca lo haces y las noches se vuelven oscuras, en el peor sentido de la palabra: los monstruos sales de debajo de la cama, me aplastan mientras susurran. Intento entones alzar mi voz, pedir ayuda y cuando ya nada me queda, sólo deseo que me salves, que me guardes cerca. Y todo es en vano, las palabras se rompen en las paredes de una infinita carretera. Arremeten entonces las pesadillas, el agónico recuerdo del golpeteo descompasado y grave de un corazón que grita de dolor al morir.
Y siempre espero que lo calles, pero tú no puedes oírlo.
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